EL MUNDIAL DEL ABRAZO

Por Víctor Corcoba Herrero

Me gusta esa gente que participa, que se entrega en cuerpo y alma al reencuentro con los demás, que lleva consigo la camiseta del amor para entrar en juego en cualquier esquina. Ahora la convocatoria la hace el Papa Francisco a Portugal, con motivo de la XXXVIII Jornada Mundial de la Juventud, para el 2 al 6 de agosto de 2023. Indudablemente, la invitación es muy distintiva, en un momento de tantas batallas inútiles; pues aquí, no habrá vencedores ni vencidos, sólo abecedarios de reencuentro y sueños de unión y de unidad. En efecto, el mañana siempre es sorprendente; y, esta llamada lo es, se trata de reconocerse y de ceñirse comenzando en el ayer y clareando con el hoy.

Además, juntos podremos levantar este mundo caído, visibilizar todos los vacíos legales, dar atención a las riadas de violencia que nos inundan los caminos existenciales, ser más cooperantes con aquellos que se mueven a nuestro lado; máxime en un tiempo en el que los sistemas alimentarios mundiales están rotos y miles de millones de personas están pagando el precio, pasando hambre, mientras buena parte de todos los productos se pierden o se desperdician. Está visto que nos falta conciencia y nos sobra pasividad e indiferencia. Por ello, esta invitación de acogida y recogida de afanes sobrehumanos, propiciada por el Sumo Pontífice Francisco, nos enseña que nada está perdido y que todo puede rehacerse, si lo hacemos a golpe de entretelas y como familia humana, a través de la arboleda gloriosa de la cruz redentora.

Sea como fuere, bajo la conjunción de latidos diversos y no distrayendo la mirada hacia lo mundano, para ser en cada instante coherentes cauces de pulsos en el cultivo del amor de amar amor, dentro del equipo de cantautores reencontrados, me van a permitir que reivindique y aplauda este tipo de expresiones y manifestaciones místicas, que lo único que hacen es hermanarnos y despertar como auténticos poetas en guardia y en acción. Naturalmente, tenemos que reaccionar ante este cúmulo de atmósferas que nos están dejando el alma empedrada, sabiendo que sólo se ve bien con el corazón. Pensemos en aquel que tiene la voluntad en forma, nada se le debilita.

La perseverancia es la que da valor y valía a las cosas ínfimas. Personalmente, quiero confesarles mi gran ilusión de vivir intensamente este mundial de jóvenes y menos jóvenes, donándose vida y abrazándose en medio de tantos conflictos que nos asedian. Sin duda, no podemos desfallecer, tenemos que estar ahí, siempre vivos, quizás sin vivir en nosotros, con la labor humanitaria y el trabajo conjunto, como realidad de cada aurora. Me gustaría ver, por consiguiente, un sentimiento de coherencia armónica vertida, de solidaridad entre los gobiernos del mundo, compartiendo experiencias y buenas prácticas para superar la multitud de retos que nos aguardan. A mi juicio, lo importante radica en que el compromiso de cambio no se quede únicamente en un mero encargo, sino en un espíritu responsable para lograr realmente el cambio.

Fuera desánimos, por tanto. El mundial del abrazo, avivado por el santo Padre, es un buen motivo para conciliar lo que permanece irreconciliable, Lo significativo es reorientarse en genealogía, restablecer vínculos y regenerar hogares perdidos, en contextos socio-culturales faltos de certezas, de principios y valores, con puntos de referencia sólidos, para afrontar dificultades que parecen superiores a las fuerzas, como secuela muchas veces de un vació familiar. De ahí, lo sustancial que son este tipo de llamadas a la concentración de los níveos gestos y saludables gestas. Al fin y al cabo, lo esencial es descubrirse, no encubrirse, y hacerlo de modo auténtico.

Claro que el amor es posible, y estos encuentros contribuirán a este hallazgo, a una mirada que produce paz y alegría, que une a las personas, haciéndolas sentirse libres en el respeto mutuo. En consecuencia, vivan estas Jornadas Mundiales de la Juventud, tan necesarias como imprescindibles; porque si la lozanía es un período de un continuo descubrimiento de la vida, del mundo, de los demás y de sí mismo; también el atardecer de la vida es una ocasión propicia para mirar con ternura la luz que se expandió a pesar de las sombras. En suma, que lo fundamental reside en desvivirse por vivir enlazados para llegar a ser como ese árbol, que no vive para sí mismo, sino para dar sombra y ofrecer espacio a los que quieran construir allí un nido.