Por Luis Pinal Da Silvas
No hay que ser un analista para darse cuenta que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador está lleno de cólera y tiene enemigos definidos contra los que lucha y pone en vilo a las instituciones y al país en general.
A raíz de los cuestionamientos sobre Félix Salgado Macedonio, su candidato al gobierno de Guerrero, acusado penalmente de acosador sexual y violador por al menos tres mujeres, el mandatario estalló y se colocó a la defensiva, mientras en muchos lugares, como la calle, las redacciones de los medios de comunicación, los noticieros y los cafes, la reacción de miles fue contraria a la de él.
Ello por dos razones, de muchas que pudieran ser: la empatía con un presunto criminal y el desprecio de género.
López Obrador no presionó por la verdad de las acusaciones y puso distancia de su defendido, sino que se empeñó en buscar a quién atacar, a quién señalar y qué mejor que emprenderla contra los medios de comunicación, periodistas e intelectuales, a los que desprecia y odia.
Minimizó lo que es más que evidente: la indignación fundamentada de miles de mujeres en México y en el mundo que reaccionaron por sus actitudes despectivas contra el género, y no por estar contra su gobierno o proyecto.
López Obrador ha dedicado mucho tiempo de sus conferencias en ataques, insultos, linchamientos y difamaciones y olvida que, como Presidente de México, su atención debiera centrarse en atender los problemas de la sociedad, de esa sociedad que, cuando no le hace fiestas, es contraria a su proyecto, a su “Cuarta Transformación”.
Poco le dedica a los problemas económicos que padecen los mexicanos; para él pareciera que la creciente pobreza no es mas que “un invento neoliberal”; para él es “infomedia” que se hable de los contagios por coronavirus y el crecimiento de las muertes.
Y hay que atender al hecho de que un presidente enojado es dañino para su país, máxime con los recursos políticos que tiene la Presidencia de México. Ello es un peligro y un presidente con el talante de López Obrador, sin contrapesos en los poderes Judicial y Legislativo, se vuelve un riesgo hasta para él mismo.
México ha tenido pocos presidentes de mecha corta, que se exasperan, explotan y reaccionan con violencia verbal y amagos, pero ninguno es comparable con López Obrador, un hombre de ideas fijas, cuyo temperamento irritable no es ocasional.
Habrá que atender a otro hecho: su lenguaje corporal en las conferencias matutinas ha cambiado; sus gesticulaciones, sus tonos y, sobre todo sus gestos, para formar su propia opinión han evolucionado en sentido contrario a lo que presentaba.
La polarización que sirvió para sus actos de campaña, ahora parece obrar en sentido contrario y lo perjudica. López Obrador puede volverse peligroso para el país al abrir la puerta a la violencia, lo cual está gestando con su forma de hacer lo que él ve como política.