Por Cecilia Kühne
Sabrá Dios por qué nos tocó septiembre de mes patrio, se preguntan muchos todavía. Si no es tan soleado como julio ni tan airoso como febrero. No tiene las bellas lunas de octubre y no hay villancicos ni árboles cuajados de lucecitas como las de diciembre. Algunos dirán tal vez, sin saberlo a ciencia cierta, que seguramente los chiles en nogada y la bandera se inventaron en septiembre y por eso nos ponemos verdes, blancos y colorados y festejamos a México.
No se equivoca usted, usted, lector querido, y ya lo sabe: el hecho más significativo de nuestra Historia es el Grito de Independencia, cuya autoría histórica y heroica corresponde a Miguel Hidalgo y trataba de la libertad, la expulsión de los extranjeros que nos gobernaban, querían ser monarcas absolutos y apoderarse de nuestro territorio. La fecha indicada de tal proclamación fue 1810 y la primera vez que se celebró oficialmente, el 16 de septiembre de 1812, todavía en plena lucha.
Pero allí no termina. En el debatido laberinto de la historia nacional no hay otro mes como septiembre. No solo por sus gritos –el de independencia, el de libertad, el que lamentó las derrotas de múltiples batallas– sino también porque en sus 30 días caben los asuntos culminantes del devenir de México y la aparición de muchos héroes y caudillos.
El protocolo ha cambiado muchas veces, pero en casi todos nuestros calendarios, desde el día primero de septiembre la cosa se pone interesante. Durante mucho tiempo, estuvo marcado como la fecha del primer período de sesiones ordinarias del Congreso de la Unión, pero en la época prehispánica, también resultó un mes de cambios y decisiones políticas. El día 7 de1520, por ejemplo, Cuitláhuac fue coronado como el último emperador azteca. El día 8 nació Jaime Nunó, inspirado compositor que ganó el concurso convocado por Santa Anna para ponerle música el Himno Nacional, únicamente algunos años antes de que otro día 8 de septiembre se librara la batalla de Molino del Rey (otra más de las derrotas que nos honran). También fue un 8 de septiembre cuando nació José María Pino Suárez y falleció el ilustre general Ignacio Zaragoza a solo 3 meses de su gesta más heroica –la Batalla de Puebla– y con solo 33 años de edad.
En aquella misma semana –del 8 al 15 de septiembre– Doña Josefa Ortiz de Domínguez utilizó el tacón de su zapato para pegar en el piso de su cuarto y avisar –¿en clave Morse? – que la conspiración para la Independencia había sido descubierta; también se fundó el periódico El Imparcial y los mártires de San Patricio dieron su vida por una patria que no era la suya. (Era la nuestra).
Vaya preparando una larga agenda celebratoria, lector querido. No olvide que el 13 de septiembre se conmemora el aniversario de los Niños Héroes. Una batalla heroica donde solo quedaba, entre el ejército invasor y la capital, el cerro de Chapultepec, en cuya cumbre había una sencilla construcción que no era una fortaleza ni mucho menos, sino el domicilio del Colegio Militar. Considerado como entrañable, este hecho heroico, durante mucho tiempo se relató contando cómo las fugaces fortificaciones mexicanas no habían resistido el bombardeo de los invasores norteamericanos de todo el día anterior y que por eso llegar hasta el Colegio les resultó pan comido. Culpables del exterminio fueron las divisiones de Worth, Quitman y Pillow –generales lampiños, rubios, ambiciosos y bien comidos– que decidieron enfrentarse y acabar con aquella pequeña guarnición de soldados y cadetes, cuya edad oscilaba entre los 14 y 18 años, y tenían solo solo 4 cañones para defenderse.
Hablando de la fiesta, y para que no nos confundamos, el calendario atestigua que la primera vez que se celebró oficialmente el Grito de independencia fue el 16 de septiembre de 1812, todavía en plena lucha. Al año siguiente, José María Morelos y Pavón-no por nada el Siervo de la patria-incluyó en su documento Sentimientos de la Nación, la ordenanza de que la conmemoración de la Independencia debía siempre realizarse el16 de septiembre. Y así se hizo durante mucho tiempo. El primer presidente que tocó la campana para celebrar el Grito, fue Guadalupe Victoria en 1827. Pero más tarde, Antonio López de Santa Anna –alias “El Quinceuñas” – decidió, como acostumbraba, torcerlo todo y trasladar la fiesta al 15 de septiembre. Y como el ejemplo cunde, desde entonces, llueve, truene o mal rayo nos parta, cada presidente, en punto de las once de la noche del día 15 de septiembre, grita e inicia oficialmente la celebración, muchas veces cambiando los nombres de los héroes que nos dieron patria, incluyendo a sus personajes preferidos, olvidando a más de dos o enredándose con la patria y la campana.
Trompetas, banderitas, elotes y elotazos, sombreros y rebozos y matracas. Para la tripa, pozole y enchiladas, para el espíritu. Mole, para curar el alma y tequila para pasar los días, también para celebrar el mes completo y dejar de preguntarnos por qué nos tocó septiembre.