Por: Víctor Corcoba Herrero
Cuidarse y cuidarnos mutuamente es el primer deber de todo ser humano. Otra de las tareas es ser agradecidos; y, en este sentido, también debemos apoyar a quienes cuidan a los más débiles, a los enfermos y a los longevos. Por desgracia, nos asiste la inmoral costumbre de pasar de nuestros mayores, de todo aquello que los sistemas de producción excluyen, llegando a abandonar hasta nuestras propias raíces. Esto debe hacernos repensar sobre el trabajo de cuidados, tanto el remunerado como aquel que no lo es, ante el envejecimiento de las sociedades y los modelos de familias cambiantes. A mi juicio, estas gentes de corazón grande, que traen consigo salud y esperanza, desempeñan un papel esencial de humanidad, aunque a menudo no reciban ni el reconocimiento ni la remuneración que merecen. ¡Loémosles!
Son esas personas de bien y bondad, que suelen ser una riqueza humana, porque con sus acciones de entrega y cariño lo que donan es vida, a las que se les debiera intensificar sus medidas de apoyo, para garantizar que tengan realmente acceso a un trabajo en condiciones dignas. En efecto, la economía del cuidado crece a medida que aumenta la demanda de servicios de guardería y cuidado de ancianos. Por tanto, generará en los próximos años un gran número de puestos de trabajo. Sin embargo, esta labor social prosigue caracterizándose por la ausencia de prestaciones y protecciones, bajos salarios o falta de compensación, además de estar expuestos a perjuicios físicos, mentales y, en algunos casos, sexuales. No podemos esperar seguir creciendo, sin auxiliarnos unos a otros, con los abecedarios del respeto y el pulso de la clemencia. ¡Considerémoslo!
Sea como fuere, es importante recuperar la dimensión humanitaria y hogareña, además de impulsar la justicia social, con los trabajadores de este sector, en continuas desigualdades y apenas sin tiempo para ellas mismas. Respetar los horarios de trabajo, disfrutar del espacio personal y del tiempo para el descanso y los planes de ocio, lo considero fundamental para responder a los cuidados del cuidador y poder favorecer tanto su bienestar como su propia salud. Todas las personas tienen un valor en sí y reflejan, cada una a su manera, un rayo de esa sabiduría innata, que hemos de descubrir desde la escucha contemplativa de nuestro propio interior. Esta es nuestra misión; porque, en el fondo todos somos guardianes, depositarios de la esperanza y custodios existenciales. De ahí, la necesidad de reconstruirnos en un “nosotros”, con un proyecto que nos hermane y un hogar común. ¡Hagámoslo!
Tan importante como aprender a reprenderse, es aprender a cuidarse para cuidar a los demás. Justo, en este momento, cuando el estrés, la ansiedad y la depresión, nos tritura el propio corazón y la mente; hace falta modificar el ambiente laboral y garantizar condiciones de trabajo adecuadas, otorgando remuneraciones dignas y condiciones contractuales estables, creando áreas donde las gentes puedan conversar, desahogarse y cumplir experiencias de autocuidado. En efecto, uno tiene que comenzar a quererse para poder querer. Así pues, es esencial que nuestras moradas sean rincones inclusivos y acogedores para la supervivencia y, en general, para la fragilidad en todas sus expresiones. La soledad puede ser una enfermedad, pero con la cercanía de las pulsaciones y el abrazo sincero ofrecido, podemos curarla. ¡Practiquémoslo!
Desde luego, no hay mejor loa que cuidar a los cuidadores socialmente, que considerarlos parte nuestra en un hacer por hacer, sin esperar nada a cambio, sabiendo que esta práctica nos fraterniza, reconduciéndonos a concebir para los demás lo que quisiéramos que nuestros análogos obraran por nosotros. Esto lo descubrí en la residencia familiar Lanjarón Salud, desde el mismo instante en que mi querida madre (con Alzhéimer) volvió a la vida, porque sus cuidadores le dieron savia a su alma destrozada, reapareciendo como una niña débil junto a sus progenitores y llena de sonrisas, a pesar de los pesares de no ser, sin memoria, pero contando con que la enfermedad está, pero no ha destruido la pasión por el santo rosario, ni el anuncio del domingo en oración, para hacer realidad los martes en comunión y en familia, a los pies de la Alpujarra y con su propio espíritu orante de acción de gracias.