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Por Helga Kauffman

La violencia nos envuelve, nos deja un salobre olor a sangre. Es lo cotidiano. Hace muchos años, Octavio Paz escribió “Canción mexicana”, quizá como una remembranza de los tiempos convulsos de nuestro país.

La letra es la siguiente:

“Mi abuelo, al tomar el café, me hablaba de Juárez y de Porfirio, los zuavos y los plateados. Y el mantel olía a pólvora…

Mi padre, al tomar la copa, me hablaba de Zapata y de Villa, Soto y Gama y los Flores Magón.

Y el mantel olía a pólvora…

Yo me quedo callado: ¿de quién podría hablar?”

Sin embargo los tiempos actuales han cambiado, trocando su aparente calma en un maremágnum lleno de odio, rencor, venganzas y muerte.

Ahora, si Octavio Paz viviera, quizá reescribiría su obra y lejos de colocar “Yo me quedo callado: ¿de quién podría hablar?”, ahora podría decir: “Mis hijos hablan de los del abecedario y los de las cuatro letras, y el mantel huele a pólvora”.

Nuestro hermoso México, aquel lugar de paisajes idílicos, bucólicos, llenos de magia y esplendor, se ha convertido en un camposanto. Y no exagero, baste señalar que el sábado anterior fue asesinado en una taquería de Morelia, Michoacán, el presidente municipal en funciones del municipio de Churumuco, Guillermo Torres Rojas; o lo que pasó recientemente en el municipio de Celaya, donde fue asesinada la candidata de Morena, Bertha Gisela Gaytán.

Y hay que advertir que los asesinatos de aspirantes a cargos públicos se han vuelto cotidianos; tanto, que ya los normalizamos mientras las autoridades hacen como que hacen, sin hacer nada.

Y lo peor de todo, es que todo “se resuelve” siempre revictimizando a la víctima, ¿pues en qué andaría para que la/lo mataran así?

La delincuencia organizada, se quiera o no, se niegue a pesar de lo evidente, está marcando la forma de hacer campañas en buena parte del territorio nacional y los candidatos de casi todos los partidos, excepto los que ya se apalabraron con los delincuentes, han iniciado sus campañas con un perfil bajo.

Se han vuelto casi fantasmas, con algunas bardas pintadas, espectaculares y fotos pegadas en postes y mobiliario urbano.

Los mítines están lejos de ser lo que eran hace unos años; los candidatos a puestos de elección, salvo los que disputan 9 gubernaturas y la Presidencia de la República, han optado por auditorios pequeños donde se puede ejercer una vigilancia más estricta y en donde se pueda controlar el acceso.

Eso de andar en las calles, casa por casa, solo se ve en estados con los menores índices de violencia en el país; en el norte, en Veracruz, Guerrero, Tamaulipas, Michoacán, Tabasco y Chiapas, entre otros, el proselitismo puerta por puerta se puede considerar actividad de alto riesgo.

Hay que tomar en cuenta que de acuerdo con el INE, 73 candidatos han solicitado la protección de las autoridades federales durante sus campañas; parecen pocos, pero también es cierto que, tratándose de una elección en la que se disputan más de 20,000 cargos públicos, brindar protección a cada uno sería imposible.

Se blinda a los importantes, candidatos a gobernador/a, a senadores y quizá a algunos aspirantes a diputados federales y a presidencias municipales relevantes.

Sin lugar a equivocarme, esta es ya la elección que más muertos ha dejado en la historia y apenas llevamos un mes de los tres de los que consta el proceso y aun así, desde el gobierno dicen que el país está en paz, que los mexicanos están “felices, felices, felices” y que el 2 de junio la gente saldrá a votar “segura”.

No hay peor demagogo que el que ve lo que pasa y no se hinca a rezar.