Claudia Sheinbaum cumplió 100 días como presidenta de México y tiene una nueva causa para apuntalar la narrativa populista de la 4T: la confrontación con los Estados Unidos. En su discurso en el Zócalo, la parte más aclamada, aquella que provocó el grito al unísono de “¡México, México, México!” entre los asistentes, fue cuando refirió a la relación bilateral. Reiteró lo que ha dicho desde su toma de protesta: “Nos coordinamos, colaboramos, pero nunca nos subordinamos”. Una fórmula reciclada del viejo nacionalismo mexicano, ese que inflama tanto el orgullo como la desconfianza frente al vecino del norte. Después de todo, será ella quien lidere al país en su afrenta con el próximo presidente estadounidense.
Las narrativas importan. Y mucho. La de Sheinbaum, al igual que la de López Obrador, está anclada en la soberanía nacional. No podría ser de otra forma frente a un bully como Trump. Pero, a diferencia de su mentor, Sheinbaum ha sido más contundente en reconocer la relevancia de la relación bilateral y, en especial, del Tratado de Libre Comercio o TMEC. Es irónico, por decir lo menos, que sea precisamente un gobierno de MORENA el que defienda uno de los mayores legados del neoliberalismo. Con todo, es positivo que la presidenta reconozca las bondades del comercio bilateral que, como ella misma admite, “tanto ha beneficiado a nuestros pueblos”.
Sin embargo, es deseable que el relato claudista se materialice en acciones claras, alejadas de la ambigüedad y contradicción. Cito algunos ejemplos. Primero, es imperativo equipar a la Embajada de México en Washington con personal experimentado y profesional, empezando por su titular. Lo ideal sería nombrar a alguien que cuente con la confianza plena de la presidenta y con un amplio margen de maniobra. Es inconsistente que quien preside hoy la Embajada —cuya gestión, por cierto, ha sido absolutamente gris— no fue designado por la presidenta.
Segundo, es sensato evitar irritantes comerciales adicionales. El panorama de la revisión del tratado ya es lo suficientemente complicado con la aprobación de reformas como la judicial y la que elimina distintos organismos autónomos. La presidenta recién anunció de que entre las prioridades legislativas para el próximo período de sesiones está la prohibición de la siembra de maíz transgénico. Aunque muy probablemente esto no afectará las importaciones, en aras de cumplir con el TMEC, el mero anuncio puede interpretarse como una provocación innecesaria.
Tercero, y a manera de excursus sobre lo que ocurre en Venezuela, no sorprendería a nadie que Marco Rubio, designado como Secretario de Estado por Donald Trump, tome nota de la postura de México respecto al régimen de Nicolás Maduro. La representación de nuestro país en la toma de protesta del autoproclamado gobierno de Maduro no solo es un desatino diplomático, sino también una contradicción con los ideales de libertad que supuestamente promueve el “humanismo” de la 4T. Cuando Sheinbaum plantea iniciativas como aquello de la integración comercial del continente —una propuesta sin ton ni son— olvida que incluso la izquierda del cono sur ha censurado las violaciones a los derechos humanos en Venezuela.
Los siguientes 100 días no serán de Sheinbaum, sino de Trump: sus delirios, sus bravatas, y, también, todo su poder. La incertidumbre sobre lo que ocurrirá a partir del 20 de enero es innegable, pero para que el diálogo entre México y Estados Unidos prevalezca y favorezca al país, es imprescindible articular una estrategia coherente, alineada con los verdaderos intereses de los mexicanos y mexicanas, incluidas los millones de personas que viven al otro lado de la frontera. El romanticismo nacionalista podrá desatar ovaciones en el Zócalo, pero es insuficiente para afianzar la posición de México frente a las amenazas que hoy impone el escenario internacional.