Por Helga Kauffman
México es un país donde lo que pasa en forma cotidiana no mina la alegría, la felicidad de sus habitantes, quienes pueden caminar entre charcos de sangre y sentir que lo hacen sobre la nívea nieve del Xinantécatl.
Es una Nación tan noble, que los sonidos que se escuchan en forma cotidiana, como disparos, gritos y lamentos, se transforman en silbidos de pajaritos.
A nadie en este gran país le molesta que un centenar de migrantes ecuatorianos hayan sido secuestrados; que al menos 66 personas fueran “levantadas” en Sinaloa, incluyendo mujeres y niños; para nada incomoda que mujeres policías fueran golpeadas y abusadas en un penal de Campeche cuando fueron enviadas por las autoridades a frenar una asonada; ni molesta que otras agentes fueran decapitadas en Michoacán.
En México, no pasa nada que afecte a los mexicanos, que ensombrezca su alegría y evite que sean felices.
Pero, lejos de cualquier sarcasmo, lo cierto es que la realidad de este país supera cualquier argumento demagógico de las autoridades, de ahí que asegurar que México está feliz y no tiene miedo, como pregonan en Palacio Nacional, es una burla macabra.
Las estadísticas, incluyendo las maquilladas por las autoridades, dejan en claro que la inseguridad en el país está aumentando y que cada vez existe más violencia.
Hay que recordar que la semana pasada las autoridades tuvieron que admitir el secuestro de 95 migrantes ecuatorianos en Chiapas, quienes al tomar el autobús que presuntamente los dirigiría rumbo a Estados Unidos, fueron privados de su libertad y sus familiares recibieron llamadas de los plagiarios para exigirles dinero por su liberación.
O también que el jueves por la madrugada secuestraron a seis familias en las comunidades rurales de La Noria, Imala y Sanalona en Sinaloa, entre quienes se encontraban mujeres y niños; ante estos hechos, el gobernador de esa entidad, Rubén Rocha, dijo que no habría un operativo “extraordinario”; es más, pidió no tener miedo, aunque horas después tuvo que reconocer que mandaría a elementos de fuerzas especiales para localizar a los secuestrados.
Y no es posible olvidar lo que ocurrió en Campeche, donde más de 500 policías estatales se encuentran en paro luego de que la secretaria de Protección y Seguridad Ciudadana de esa entidad, Marcela Muñoz Martínez, enviara sin la protección adecuada a la agrupación “Mujer Valiente” a sofocar un motín en el penal de San Francisco Kobén, por lo que fueron golpeadas y agredidas sexualmente por los reos.
Es muy claro que no existe discurso que valga para justificar el fracaso de la política de seguridad del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien decidió claudicar en el combate a la delincuencia organizada, ordenando a las Fuerzas Armadas no repeler las agresiones y con ello cumplir su lema de que la inseguridad se combate con abrazos y no con balazos.
Y todo indica que la candidata presidencial del oficialismo, Claudia Sheinbaum Pardo, ha decidido claudicar en el combate a la delincuencia organizada al respaldar la actual política de seguridad.
Pareciera que para los falsos socialistas los malos, los delincuentes, son más que necesarios para mantener al pueblo con miedo, sojuzgado, mientras ellos abrazan a los verdugos.