Por Víctor Corcoba Herrero
El mundo es un horizonte de puertas abiertas, con unos moradores que acompañan la vida, que han de ser símbolo de unidad para tender puentes, romper muros y sembrar la reconciliación. Lo armónico nunca viene dado, sino que debe trabajarse corazón a corazón, que es como se hace vínculo hogareño. Como seres pensantes, por consiguiente, necesitamos cultivar la relación sin exclusiones, tanto con las distintas lenguas habladas como con aquellas lenguas de señas, que también son idiomas naturales a todos los efectos. Desde luego, no hay mejor rúbrica de salud anímica, que mostrar la capacidad de entusiasmo, por atender y entendernos entre semejantes. Esto da una paz interior y una serenidad, que nos hace ganar confianza y que la amistad no se desmorone. Hoy más que nunca, tenemos que vencer el individualismo y entrar en comunicación como sea, para poder generar espacios fraternos.
En el propio planeta está el árbol genealógico de los acentos lingüísticos de sus habitantes, puesto que las expresiones son el pedigrí de los pueblos, también la modalidad de caracteres, lo que nos requiere tomar una mayor conciencia, a la hora de promover la identidad gramatical de la comunidad de las personas sordas. Todos nos interrogamos para formar familia, para sentirnos parte de ese tronco vivencial, en el que ningún latido puede excluirse. Indudablemente, cuando se trabaja en parentela, las personas con discapacidad merecen ser escuchadas, lo que implica que debe considerarse y aplicarse el justo principio de “nada sobre nosotros sin nosotros”. En un mundo tan marcado por nuevos símbolos de miedo y falta de sensibilidad, la centralidad del ser humano y de su dignidad, con sus correspondientes derechos y obligaciones, adquieren una importancia cada vez mayor.
Contando con este espíritu comunitario, hemos no solo de reconocer la importancia de preservar las lenguas de señas como parte de la diversidad lingüística y cultural, también tenemos que invertir mucho más en audición y dejar a un lado los mitos y el estigma, acabando con los estereotipos y las percepciones erróneas, ayudando de este modo a que más ciudadanos reciban asistencia para mejorar su tránsito por aquí abajo. En efecto, cualquier discapacidad no es incapacidad. De ahí, la importancia de promover oportunidades de trabajo de calidad por todo el orbe, que ayude a romper el círculo injusto de la exclusión, reservando los Estados una atención especial hacia los que sufren esta marginación, conscientes de que precisamente en el sufrimiento se esconde una fuerza especial que acerca interiormente a estas personas hacia todos nosotros con un empaque especial.
Por desgracia, todos sabemos que el nublado del individuo, su aislamiento, no depende únicamente de sus órganos sensoriales, existe una cerrazón interior, que concierne a nuestro mar interior, verdaderamente enfermo. Necesitamos aclararnos y esclarecernos, trabajar todos los lenguajes de cercanía, incluido el místico, antes de dejarnos invadir por la soledad impuesta, con el aluvión de tormentos a los que debemos dar consuelo. La apuesta debe ser clara y prioritaria, como puede ser abogar por una educación realmente inclusiva multilingüe de calidad que brinde inclusión a las personas sordas a través de las lenguas de señas, reduciendo de este modo su vulnerabilidad, encontrando puntos de unión, traduciéndolos en acciones a favor de una mejor vida. El gesto que hace ir hacia adelante, sin duda, es el de darse y dar el propio pulso de cada cual, hasta sacrificarse por el otro.
A propósito, ya nos consta que las comunidades sordas de todo el mundo trabajan para garantizar que las políticas y los programas reflejen sus realidades vividas, como parte de la gama natural de la diversidad humana, para que las lenguas de señas sean celebradas y utilizadas en todos los rincones del globo. Aplaudimos la labor, como asimismo celebramos que muchas de las causas que conducen a la pérdida auditiva sean prevenibles, pero a menudo los Gobiernos no incluyen los exámenes de oído en los planes de salud básicos; y, en países de bajos ingresos, las personas tampoco tienen acceso a profesionales aunque tengan molestias. En consecuencia, una solidaria atención oportuna es fundamental; al igual que lo es, aprender a cuidar de nuestra existencia y la de aquellos que interpelan nuestra atención y nuestra compasión, protegiendo además la salud interior, del buen vivir y del mejor obrar en suma.