Por Víctor Corcoba Herrero
Todos tenemos tras de sí una historia que no se contempla, sino que se vive realizándola cada cual consigo mismo, con un ojo puesto en el pasado y otro en el futuro, para tener siempre las manos en el presente, que es nuestro y de nadie más, el cual también nos interroga cada aurora. En este sentido, pienso que nuestro interés no puede quedarse únicamente en el ámbito monetario, ha de tener una perspectiva más amplia, acogiendo la integridad de la persona que recibe este legado y de los pueblos que nos lo han transmitido. Las situaciones históricas, con sus sombras y luces, nos hablan de personas reales y de sentimientos auténticos, que deben ser para nosotros lecciones de vida, sobre todo lo demás.
Ningún legado es tan fructífero como la honestidad, cultivémoslo con dedicación exclusiva. En cualquier caso, hoy sabemos que una tierra con buen estado de salud nos proporciona casi el 95% de los alimentos, nos viste y nos da cobijo, nos suministra trabajo y medios de subsistencia, aparte de injertarnos protección frente a sequías, inundaciones e incendios forestales. Lo nefasto de todo ello, es que el crecimiento demográfico y unos modelos de producción y consumo insostenibles, aumentan la demanda de recursos naturales; y esta presión excesiva sobre la creación nos lleva a la indecencia. Quizás sea aprendiendo a tocar este fondo, aunque sea amargo y doloroso, como ejercitemos otro modo de movernos más virtuoso. Sin duda, nos hace falta para despojarnos de vileza.
Ciertamente, no hemos venido para degradarnos, más bien para elevarnos conciliados entre sí, reconciliados socialmente y con nuestro propio hogar común. Por ello, es vital aprender a reprenderse, comenzando por el propio yo espiritual y corporal, para terminar sintiéndonos interpelados por las enseñanzas de justicia y templanza que cada situación fidedigna recoge. Sin embargo, la coyuntura actual presenta algunos desafíos, que deben hacernos repensar sobre el instante vivido, a fin de mejorar las atmósferas, sabiendo que la sociedad tendrá porvenir si en ella se afianzan los principios inviolables que están inscritos en el corazón humano. Estos no son frutos de consensos interesados y mutables, como puede ser el derecho a la existencia y a un tránsito digno.
Hemos de invertir la tendencia. Aquel que no valora la supervivencia tampoco se la merece. Hay que respetar nuestra propia subsistencia, de la que nadie puede retirarse. Por desgracia, no se reverencia la vida, como tampoco se controla el discurso del odio. La cuestión es muy grave, gravísima, el impacto de la incitación a la destrucción está ahí, más en guerra que nunca, violando persistentemente los derechos humanos y la prevención de atrocidades hasta el mantenimiento de la concordia, la consecución de la igualdad de género y el apoyo, tanto a la infancia, como a la juventud o a nuestros mayores. Sea como fuere, un buen propósito siempre es necesario. Se me ocurre pensar, en aquel que dice: no dejes que el ocaso te deje sin esperanza y active tus rencores.
Nadie nace para aborrecer, sino para amar. Esto es fundamental para desterrar de nosotros cualquier tipo de comunicación verbal, escrita o conductual, que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio con referencia a una persona o grupo sobre la base de quiénes son, su religión o etnia. Urge, por consiguiente, salir de estas cenizas tormentosas y abrazarnos al espíritu creativo, no tanto por el éxito personal, sino por la alegría de dar y de donar algo hermoso a los demás. Regalar felicidad, difundir serenidad, comunicar armonía; es una de las mayores necesidades del momento, lo que requiere de nosotros ser humildes y generosos, pues la labor va más allá del período actual, ya que todo se enraíza como legado, para luego ofrecernos las alas del espíritu libre.
Que se vea, entonces, la alegría en los rostros; que se sienta la fragancia de la libertad, que se libere ese auténtico amor que es el que en realidad nos renueva por dentro y por fuera. Indudablemente, no hay mejor legado que desandar lo perverso y experimentar de nuevo, el innato ánimo del buen talante, sumado al níveo talento de rehacerse, con los frutos del encuentro, sin particularismos, ni divisiones. Tampoco nos dejemos torturar por lo pasado y muchos menos nos encadenemos a un futuro de desolación que nos amargue y nos deje sin fuerzas, para activar el presente, que aparte de ser el punto de unión entre lo vivido y lo que nos queda por vivir, es el que también nos sostiene y sustenta en el obrar de cada despertar, que es lo que nos enternece y eterniza.