Por: Víctor Corcoba Herrero
“El día que aprendamos a vivir como hermanos, habremos conseguido el mejor adelanto del linaje”.
Un mero crecimiento económico no basta, el avance ha de ser plenamente humano, lo que requiere de un bienestar integral de la persona, en todos los ámbitos existenciales y de modo equilibrado, promoviendo así los esfuerzos conjuntos y cooperantes. Este objetivo debe conducirnos a una mayor concienciación entre sí, poniéndonos al servicio de la ciudad terrenal y del bien común. Fuera exclusiones, por consiguiente. En efecto, más allá de todas las diferencias, se solicita la acción desinteresada, siendo la salud básica para la ampliación de la protección social y para progresar hacia un desarrollo más solidario e inclusivo, a fin de crear empleos sostenibles y de activar la igualdad de oportunidades en el tumultuoso curso viviente. Indudablemente, la convergencia de esfuerzos y la consideración de puntos de vista variados, seguro que nos regenera ese aliento humano que todos demandamos.
En consecuencia, tenemos que movilizar todos los recursos humanos, contribuyendo con la puja del propio ser, para no dejar a nadie atrás. A propósito, se me ocurre pensar en el sector alimentario y en el agrícola, porción vital para la eliminación del hambre y la pobreza o en la educación de calidad para optimizar nuestra vida, mediante el uso de una energía asequible y no contaminante, con la labor de un trabajo decente que reduzca las desigualdades, sabiendo que el florecimiento armónico es el nuevo nombre de la concordia. Por la armonía, los pueblos pequeños se hacen grandes, mientras que por la discordia todo se destruye, hasta los más poderosos dominios. Seguramente, tengamos que cultivar más el afecto a diario, sobre todo a través del respeto y dentro de un espíritu de consideración hacia toda vida digna, que ha de ser reconocida como humana.
Hoy más que nunca, hemos de activar los acuerdos, la sensatez homérica y el compromiso propagador, lo que hace preciso un sistema de gestión que pueda salvaguardar la centralidad del ser humano y dignificar a la persona, partiendo de la primacía de la familia, recomponiendo la forma en que vivimos, redescubriendo cómo convivimos en la diversidad, en un sistema que no haga continuamente de la naturaleza una víctima del desarrollo, sino que nuestra propia reproducción como sociedad reproduzca la savia y no envenene los aires que nos circundan. Cada ciudadano, mediante la tenaz aplicación de su intelecto y tesón, contribuye a ese impulso profundamente innovador, con transformaciones audaces, poniéndonos al servicio unos de otros, dejándonos acompañar por el amor fraterno. El día que aprendamos a vivir como hermanos, habremos conseguido el mejor adelanto del linaje.
Es, justamente, este vínculo de hermanamiento lo que nos hace entrar en un diálogo permanente, de compromiso real y responsable. Cuestión difícil, cuando la falsedad es lo que nos gobierna, haciendo de nuestro mundo algo insostenible que le impide evolucionar y enriquecernos solidariamente; máxime en un momento de injusticias y agravios como jamás, al permitir violaciones y abusos de las garantías fundamentales y de los derechos del Estado. El nivel de impunidad es tan fuerte, que nos retrocede a instantes que parecían estar superados y que no es así. En esta marcha globalizada, solicitamos de una autoridad mundial eficaz, que nos ilusione a encauzar un progreso solidario en el que toda la ciudadanía pueda desarrollarse, más allá de los procesos mediáticos. Me limito a recordar la formación de la personalidad y de la voluntad, la interpretación y el discernimiento por lo auténtico.
Sea como fuere, precisamos la implicación colectiva ante un lamentable vacío de ideas, en una inhumana selva de gentes sin escrúpulos, lo que invita a una actuación universal, precisamente para sensibilizar y movilizar a la opinión pública, especialmente a la juventud. Alcanzar un preferible conocimiento de los problemas generales de la propagación es algo vital. Las nuevas tecnologías y la comunicación, sin duda, pueden contribuir a corregir las atmósferas. Al fin y al cabo, el objetivo último del desarrollo debe ser conseguir un renuevo sostenido del bienestar individual y otorgar beneficio a todos. La cuestión no es fácil, en una tierra en la que persisten los privilegios indebidos, las diferencias extremas de riqueza y un aluvión de deslealtades e ilegalidades. Bajo este pésimo panorama, la decepción puede que esté servida, pero no mata, la esperanza es lo que nos hace vivir y rehacernos.