Este 20 de julio llega a México ‘Oppenheimer’, el espectacular drama sobre el ‘Padre de la Bomba Atómica’, dirigido por Christopher Nolan.
Poeta además de brillante físico teórico, el estadounidense J. Robert Oppenheimer, “Padre de la Bomba Atómica”, era bueno con las palabras. Sus profundos ojos azules, sin embargo, quizás comunicaban más.
En 1945, luego de hacer explotar el arma nuclear en la prueba Trinity, citó el libro sagrado “Bhagavad Gita” y se asumió como un “destructor de mundos”. Su mirada, devastación y arrepentimiento: Hiroshima y Nagasaki le darían la razón.
Para Oppenheimer, el cineasta Christopher Nolan (Dunkerque, Interestelar) quiso transportar a la audiencia a la atormentada cabeza del científico de eterno sombrero y cigarrillo. Su drama existencial, colgar sobre el mundo una Espada de Damocles.
“Trato de no hacer cine en términos de mensajes específicos, mi acercamiento no es didáctico. La intención es interpretar estos sucesos horribles a través de los ojos de Oppenheimer, de su experiencia, y sumergir al espectador en una relación subjetiva con la historia. Ver el mundo como él lo veía.
“Si hice bien mi trabajo, Oppenheimer va a dejarle a la audiencia preguntas difíciles y perturbadoras”, dice el británico en un encuentro con medios internacionales.
Con Cillian Murphy como Oppenheimer, el filme es un dramático lienzo sobre el desarrollo de la bomba atómica, clave para acabar con la Segunda Guerra Mundial. También sigue sus repercusiones: de héroe nacional, el físico pasó a mártir en la caza de brujas del mccarthismo.
Nolan, quien en su cine ya había puesto a la humanidad al límite y hablado sobre la responsabilidad y la duda, se basó en el libro “Prometeo Americano”, de Kai Bird y Martin J. Sherwin. El realizador considera la trágica historia como una de las más pivotales de todos los tiempos.
Hay muchos elementos de la existencia de Oppenheimer que trastocan a Nolan. En particular, lo sacude cuando no excluyó la posibilidad de que, al apretar el botón, la bomba atómica generara una reacción en cadena que acabara con el planeta. “(Su vida) es dramática, tiene giros de tuerca, suspenso, extrañas coincidencias… y todo fue real. La realidad es más rara que la ficción”, opina.
“Siempre me han atraído protagonistas que son ambiguos, que tienen fallas, algo roto dentro de sí. Creo que Oppenheimer, su historia, fueron definidos por eso”.
Con 100 millones de dólares de presupuesto y un elenco de ensueño (Emily Blunt, Matt Damon, Robert Downey Jr., Florence Pugh…), Nolan llevó su producción a Nuevo México. Allí replicó Los Alamos, cuna del Proyecto Manhattan.
Pensando en pantallas IMAX, filmó con rollos de 65 mm para inundarlas de detalles íntimos y primeros planos. Narró a color (para la subjetividad de Oppenheimer) y en blanco y negro (hechos objetivos).
En cuanto al artefacto, fue fiel a la seducción que en él ejerce la practicalidad en el cine. Desechó la idea de efectos por computadora y recreó la devastación de la explosión.
“No quiero compartir muchos detalles sobre cómo lo hicimos, pero a la primera persona a la que le compartí el guion, además de Emma (Thomas, su esposa y productora), fue a Andrew Jackson, mi supervisor de efectos especiales, que ganó un Óscar por Tenet e hizo Dunkerque conmigo.
Nolan evoca que en su adolescencia en los 80 en el Reino Unido, la sombra del conflicto nuclear siempre estuvo presente. No entra en geopolítica, pero concede que el peligro ha crecido.
El Boletín de los Científicos Atómicos, organización en la que Oppenheimer estuvo involucrado, concuerda. A inicios de año, colocó las manecillas de su simbólico reloj del apocalipsis 90 segundos antes de medianoche.
“Las armas nucleares no han desaparecido, no se han convertido en menos peligrosas. Esa fue una de las razones por las que quise hacer esta película. El tema me toca fuertemente, no de una manera intelectual, sino emocional”.