Por Víctor Corcoba Herrero
A poco que nos adentremos en nosotros mismos y ensanchemos la mirada en nuestro alrededor, observaremos un aluvión de sufrimientos que estimulan a la desesperación, generando una atmósfera verdaderamente inaguantable, en todos nuestros pueblos, sociedades y etapas vivientes. Los nubarrones son tan fuertes, que el mundo parece haber caído en una recesión de principios y valores, de endurecimiento y desórdenes totales, lo que nos demanda un cambio de actitud, para poder soñar con un futuro mejor para todos. Puede que tengamos que tomar el camino de la poesía para ganar sueños. ¡Jamás el del poder por el poder! Hoy más que nunca, necesitamos ilusionarnos ante la multitud de desequilibrios estructurales.
Somos una generación globalizada, pero nos hemos dejado llevar por un proceder injusto, antinatural y arcaico. Mal que nos pese, tenemos que hacer justicia e impedir que se levanten muros de incomprensión, con las armas en pie de guerra, para que el espíritu reconciliador nos gobierne por todos los rincones vivientes. Se impone, pues, mucho diálogo sincero y más reflexión personal para hacer un uso ético de todo lo que nos circunda. Aprendamos de nuestra propia historia, nuestro único deber es hacerlo siempre hacia adelante. Lo que no podemos permitir que aumente la cantidad de jóvenes que no estudian, ni trabajan, y aún peor no reciben formación laboral alguna. Olvidamos que nuestros andares instructivos son para los demás y hacia sí mismo.
La confusión es grande. El mejor camino que podemos tomar es el de la concordia, con un afán cooperante y con un desvelo responsable hacia los vínculos vivientes, como miembros que somos de la única familia humana. El mundo debe convertirse en un hogar hermanado, jamás empedrado por la indiferencia o endiosado por el materialismo dominador que nos oprime. Hay que bajar las espadas del odio y ascender a la cultura del abrazo de corazón. Quizás necesitemos más tiempo para nosotros, al menos para poder discernir las diferentes sendas, que se nos ofrecen. Por otra parte, la ociosidad es otro de los vicios que nos asalta en cualquier esquina. De ahí, la necesidad de cargar pilas para tomar la caminata de los níveos anhelos, que la avenida inmoral es espaciosa y ancha.
Desde luego, sin una corrección importante de rumbo, la situación se envenenará aún más. Tenemos la oportunidad de modificar nuestros movimientos y hemos de hacerlo en conjunto. Lo prioritario radica en llenarse de entusiasmo y de ganas de vivir. Por eso, es fundamental contribuir a la construcción de lo armónico, bajo el liderazgo de personas dispuestas a servir, no a servirse de la apropiación del poder. Nadie es más que nadie, que lo sepamos. Todos estamos llamados a ser fuerza existencial y de desarrollo justo. Y, aunque cada ser tiene que inventar su poética de singular caminante, la obra requiere unión y unidad con su idéntico linaje inspirador. O vamos todos unidos hacia la conciliación, o nunca hallaremos quietud en el cuerpo.
Ahora bien, tampoco es una tragedia equivocarse de ruta, lo importante es rehacerse cuando nos equivocamos de calzada. Lo fundamental radica en no agotarse, en detenerse para poder mirar y tomar el nuevo impulso. Ciertamente, en familia todo se sobrelleva mejor, es el abecedario de toda comunión; y, por eso, es también el fundamento y el camino hacia toda palabra de consuelo. Cerrarse y encerrarnos en nosotros mismos, contradicen ese aire de fraternidad que todos llevamos consigo en nuestra genética natural. El bienestar no está en la búsqueda insaciable de bienes materiales, de ningún modo en don dinero, sino en estilos de vida cooperantes con el prójimo, que hemos de volverlo próximo a nosotros. Esta es nuestra gran tarea para compenetrarnos.
Sin duda, el mejor camino es el del amar, el del amarse y el del amarnos como latidos de verdad. El compartir es el mejor pulso viviente. Dejemos, entonces, de ser almas posesivas. Justo, en ese horizonte, comienza el camino hacia lo armónico. Activemos el respeto mutuo hacia toda vida humana, estemos aún en vientre humano, enfermos o ancianos. Fuera esa política del aparte, camine la poética de la acogida. Derribemos, por consiguiente, esas colonizaciones interesadas que provocan divisiones y un raudal de contiendas. Lo importante es la custodia y la ejecución del derecho humanitario, que parece ser el único horizonte para la tutela de la dignidad humana en situaciones bélicas. En cualquier caso, la imaginación está en el cielo y hacia él debemos ir con nuestros pasos.