Por Víctor Corcoba Herrero
Hay que cultivar todas las artes, con su sentido creativo y su quehacer persistente de elaboración mística, en nuestro diario existencial. Esta hazaña es un buen modo de reencontrarse. Somos gentes de acción expresiva, que deberíamos recuperar nuestro propio significado profundo, yendo más allá de lo meramente cotidiano. Son los cimientos de las sociedades armónicas, las que nos sustentan a través de esa fuerza auténtica, que nos impulsa hacia lo alto. Sin duda, tenemos que poner en valor el lenguaje contemplativo, una vía necesaria para aprender a reprendernos, embelleciendo los propios interiores vivientes. Nuestra distintiva continuidad radica, ciertamente, en ejercitarse para una sonrisa permanente y en practicar comportamientos solidarios que nos fraternicen.
Desde luego, nos urge practicar una mudanza de modos y modales, frente a la escalada del cambio climático, la erosión democrática, las desigualdades persistentes, la creciente discriminación, la siembra de los discursos de rencor y venganza, la violencia y la multitud de contiendas, que nos acorralan por doquier territorio del planeta. Hemos de despertar con la llamada de las entretelas. Dulcificada la siembra conciliadora, con el testimonio del abrazo a través del magisterio celeste, germina el eterno poema de lo sublime. Con razón se dice que, el espíritu atrayente, es aquel que eleva sus melódicas cúpulas con latidos invisibles de acercamiento. La propia vida tampoco es aceptable en discordia, necesitamos percibir los movimientos de la concordia hasta en nuestros andares.
Hoy más nunca, debemos formarnos para no caer en el endiosamiento competitivo, que nos vuelve piedras en lugar de pulsos visibles, próximos con el prójimo. Se habla de la apuesta por una educación de calidad, inclusiva y equitativa para todos y de oportunidades de aprendizaje a lo largo de toda la vida; pero se nos olvida, que tan vital como adquirir conocimientos, es tomar conciencia del saber conjugar el ser con el estar. Tan sólo de este modo, uno puede comprenderse a fondo, a través de su propia aptitud y cometido. De ahí la importancia de no malgastar ese talento innato, que todos llevamos consigo, y que lo único que tenemos que hacer es desarrollarlo. Cuidado con esclavizarse, siendo productores y consumidores. El porvenir está en ser ciudadanos libres.
La expresión visible del bien es lo que realmente nos realza, a través del crecimiento de la persona, que es lo que en realidad nos entusiasma, para ponernos en acción al servicio de toda la humanidad. En consecuencia, pienso, que no sólo hay que llevar la educación a la cima de la agenda política mundial. La transformación comienza por los cánones estéticos de hacer hogar y, simultáneamente, transmitir apego. Esto es lo que nos hace soñar el futuro y superar los desafíos cruciales, generados con nuestras propias contrariedades mundanas. Indudablemente, tenemos necesidad de otras iluminaciones más poéticas que poderosas. Trabajemos por esas sabidurías, pues. La cuestión está en hacer el camino de la verdad para obtener lo mejor de uno mismo con la bondad.
La ociosidad es madre de todos los vicios y padre de todos los vacíos. En efecto, nos hace falta restaurar el espíritu humano, y esto no se consigue en los espacios tecnológicos; a los que hay que sumarle una creciente demanda de orientaciones estéticas que impulsen el brío de alumbrar. El problema ético exige ser afrontado en todo el mundo, de manera apasionada para conseguir esa paz espiritual de la que estamos ausentes. En consecuencia, así como para la ciencia hay que aliarse con la conciencia, también para el arte hemos de convenirnos con lo bueno, que no está en la esfera de lo material, sino en el sentido de la trascendencia, que son los fundamentos de todo avance. La clave siempre va a estar, en despertar a tiempo para convertirse en humanitario, ejecutando el corazón a corazón.
Para empezar, tenemos que buscar nuevas formas de atendernos y entendernos, ante el sentimiento constante de la falta de una familia. Será clemente templar el alma, para que se transformen los desiertos, en poblados hogareños de paz. Por eso, cada vez que alguien practica un gesto de hospitalidad, provoca una transformación. Lo mismo sucede, cuando alguien labra una convocatoria de encuentro para continuar la búsqueda. Con el ánimo siempre hacia adelante, el bienestar se asegura y hermana. Más que enseñantes, creo que el mundo necesita como jamás una generación de obreros, que sean sobre todo maestros en humanidad. En cualquier caso, reconozco que mi pedagogía siempre se reduce a guiar el amor con el amar y al ensayo de la mente con el pensar.