El excanciller desafió a su suerte y, ante la postura de Morena de no reponer el proceso en que resultó designada Claudia Sheinbaum, optó por anunciar que sigue en el partido guinda.
Marcelo Ebrard abrió la puerta a su salida de Morena cuando las encuestas le fueron adversas; incluso se dio a la tarea de criticar duramente a la dirigencia del partido, encabezada por Mario Delgado Carrillo y aseguraba que no se iba a someter a Claudia Sheinbaum.
Y fue que se trepó en la cresta de la ola constituyendo el nuevo movimiento denominado El Camino de México. Dicho en forma llana, Ebrard “jugo al hijo desobediente”, lo que generó una crisis que pondría en peligro la continuidad del proyecto de Andrés Manuel López Obrador.
Su indefinición resultaba inviable y hasta contraproducente, y en el partido tienen claro que el “Carnal Incómodo”, como se ha hecho llamar Ebrard entre sus colaboradores, lo que hizo fue trazar una ruta para meter presión.
La estrategia que siguió, al recorrer el país con su propuesta, estaba dirigida a cuestionar a la dirigencia de Morena por el resultado del proceso interno.
En el fondo lo que buscó fue emular el movimiento que en su momento encabezó el de Tabasco dentro del PRD hasta que logró consolidar un movimiento propio que lo llevó a la Presidencia de la República.
Pero Marcelo no es Andrés Manuel. El momento político, los modos y los estilos son totalmente diferentes. Al tabasqueño le llevó 18 años llegar a la Presidencia.
Y ahora, con una imagen política empobrecida, señala que él sigue siendo de la 4T, que nunca dejará Morena y coloca su mira en las presidenciales del 2030, las cuales confía en ganar.
De hecho, este lunes Ebrard dijo lo siguiente:
“Reconoce Morena que hubo prácticas indebidas en el proceso y que serán sancionadas, también se establece que habrá cambios para que no se repitan. Se respeta a la segunda fuerza que encabezamos en la 4T”.
Su decisión elimina de manera definitiva la posibilidad de que aparezca en la boleta presidencial el próximo año, aunque dijo que seguirá buscando la nominación en lejano 2030.
En el plazo inmediato, el excanciller dijo que aún no ha discutido qué cargo ocupará de cara al próximo sexenio, pero lo que se da por descontado es que no será un “florero”, sino el inquilino incómodo.