Por Víctor Corcoba Herrero
Los flujos migratorios son la locución de un fenómeno que nos desborda; y que, en demasiadas ocasiones, nos deja con el corazón oprimido. De entrada, cualquier ciudadano, debería ser libres de partir o de quedarse. Sin embargo, cada día son más las personas forzadas a abandonar sus domicilios. Esto siempre fue así, pero lejos de hacer nuestra existencia más armónica, aún no la hemos aprendido a cultivar ni hemos evolucionado hacia esa atmósfera de tranquilidad, que es lo que realmente nos renace y nos renueva mar adentro. Para desgracia nuestra, continúan las absurdas persecuciones con persistentes violaciones y violencias, las guerras que todo lo destruyen, y ahora también los fenómenos atmosféricos con sus míseras huellas. Los migrantes suelen huir debido al miedo, muchas veces con una elevada carga de desesperación y pobreza. Ante esta bochornosa realidad, debiéramos interrogarnos sobre qué hacer o dejar de hacer, pues los números son bastante dramáticos, se habla de más de un centenar de millones de personas forzosamente desplazadas.
Ciertamente, las cosas no están mejorando, y aunque la guerra de Ucrania fue la principal causa de desplazamiento en 2022, pienso que debemos esforzarnos por detener la carrera de armamentos, el colonialismo económico, la sustracción y el derroche de los recursos ajenos, así como el quebranto a nuestra casa común. Lo importante es mantenerse unidos y reunidos siempre, mostrando una extraordinaria hospitalidad con amplitud de miras y poniéndonos al servicio de todos, especialmente de los más vulnerables. Hoy más que nunca, urge hacer familia y rehacerse, como tal humanamente, para destronar de los caminos vivientes a los traficantes sin escrúpulos. Lo sustancial radica en no desfallecer y en que los recursos mundiales no los disfruten tan sólo unos pocos privilegiados. Por eso, los organismos internacionales tienen que estar en primera línea de acción, construyendo puentes y no muros, ampliando los canales para un desplazamiento seguro y regular; pero nosotros, igualmente, tenemos que obrar con la máxima consideración, por la dignidad de la especie pensante, hacia cualquier expatriado.
Ojalá tengamos el valor de denunciar todos los horrores de nuestro mundo, la valentía de luchar contra toda injusticia que nos deshumaniza por completo, generando un clima verdaderamente cruel; cuando lo que hay que laborar es otro culto más donante, de encuentro y de cuidado. Se requieren como jamás, por consiguiente, voces de concordia en un mundo hervido en mil contiendas. Indudablemente, desde gobiernos a instituciones, hay que hacer mucho más para poner fin a los conflictos y eliminar los obstáculos para que los refugiados tengan la opción viable de regresar a sus moradas de forma voluntaria, protegida y digna. Sea como fuere, la agencia de la ONU nos ha recordado recientemente, que es necesario el trabajo conjunto de toda la sociedad, para seguir apoyando a los movilizados, con renovadas esperanzas y nuevas oportunidades. Desde luego, lo vital es reconstruir existencias, avivar la cultura del abrazo, enmendar pasos para conjugar habilidades, aglutinar talentos y agrupar talantes, que es lo que nos ayudará a divisar un horizonte fraterno.
En efecto, las migraciones en sus diferentes formas, han favorecido el encuentro entre las gentes y el nacimiento de nuevas civilizaciones. Lo trascendental radica en que el movimiento no se produzca de manera impuesta y que sea acogido, no dominado, librado de la explotación, el abuso y la violencia, protegido en suma y amparado por una normativa que promueva el desarrollo humano integral, reintegrando un proceso recíproco que se funda connaturalmente sobre el mutuo reconocimiento de la riqueza pedagógica del análogo. Al fin y al cabo, todos somos precisos y necesarios. Hacer justicia, sin duda, nos va a ayudar a reconciliarnos con la historia a través del presente mundo globalizado, que tiene que llegar a hermanarse, comenzando por restringir el comercio ilícito de armas. Detrás del caos y el infortunio lo que no puede subsistir es un próspero comercio armamentístico. Qué pena que los mercados ilegales, a menudo ocultos en plena vista, tanto en ciudades como en pueblos situados a lo largo de corredores estratégicos, no se vean obstaculizados por la presencia de las autoridades; y, pese a todo, aún seamos incapaces de reasentar refugiados para que vean el final de su calvario.