AISLAMIENTO Y ABANDONO

Por Víctor Corcoba Herrero

A poco que nos observemos, veremos a multitud de personas que dormitan en una soledad impuesta, de verdadero desamparo. Esta situación, inhumana a más no poder, nos deshumaniza por completo. Ciertamente, cada día son menos, aunque caminemos juntos, los que suelen extender una mano de auxilio y cuidado. Sobran lágrimas y faltan sonrisas. También abundan las zancadillas, en lugar del abrazo, en el trato cotidiano. Por desgracia, hemos olvidado el propósito de caminar haciendo familia, de ayudarnos unos a otros para poder salir de las sombras de este mundo cerrado y encerrado en sí mismo, de mostrar compasión hacia esa gente excluida y de tener voluntad para mejorar comportamientos. Sea como fuere, hemos de salir de este infortunio y renacer hacia un corazón menos empedrado, sensible al ejercicio del acompañamiento. Al fin y al cabo, todos somos frágiles y todos necesitamos de esa caricia alentadora, que sabe detenerse, acercarse, remediar y curar. Desde luego, la dejadez y la apatía, el no sentirse querido por nadie; sin duda, es el mayor tormento que podemos experimentar como caminantes por aquí abajo.

Abandonarnos entre sí, como abandonarse en nuestras propias miserias humanas sin resistir, es como suicidarse y dejar el innato coraje en campo muerto, sin haber luchado en el territorio de batalla. Lo importante es levantarse rehabilitado de cualquier trance, mejorar la asistencia, sabiendo que nadie puede pelear la vida aisladamente. Se requiere de un linaje familiarizado que nos sostenga, que nos auxilie unos a otros a mirar hacia delante, a soñar juntos. En efecto, es saludable que soñemos como una única humanidad, cada uno con su propia identidad eso sí, pero todos hermanados en una causa común, que no es otra que el reinado del bien y de la bondad colectiva. Lo que no es de recibo, es continuar viviendo con el calvario de inmoralidades que nos acorralan. Precisamente, resulta horroroso e injusto que las posibilidades de supervivencia de un niño puedan depender únicamente de su lugar de nacimiento y que haya desigualdades tan pronunciadas en el acceso a los servicios de salud que salvan vidas. Junto a esta atmósfera de contrariedades, que recientemente denunciaba la Organización Mundial de la salud; además nos falla el corazón, que es la verdadera fuente existencial.

Necesitamos, por ello, sistemas sólidos sanitarios de atención primaria; que satisfagan tanto el mejor comienzo en la vida, como del mismo modo, en el ocaso. La vejez no sólo pierde el ánimo, sino que duda incluso de que merezca la pena continuar viviendo en un mundo que los arrincona; cuando en realidad son, la viva memoria del momento y el instante precioso de la sabiduría. El sonrojo debería caer sobre esas personas que se aprovechan de la debilidad de estas criaturas, ya sean párvulos o mayores. Sólo hay que pasarse por la sala de urgencias de muchos hospitales, sobre todo en países más desarrollados, convertidos en un lugar utilizado por familiares que desertan a sus mayores cuando les resultan un estorbo en casa. Imposible, pues, conformarse con lo conseguido hasta ahora. El diario de nuestra vida nos llama a conquistar cada día nuevos horizontes, pero haciéndolo desde el amor, lo que conlleva un espíritu solidario y justo. Estos abecedarios actuales nos separan, aunque pretendan unificarnos, prevaleciendo los intereses egoístas de los más fuertes y debilitando el vínculo de la familia.

Este descarte de vidas en camino nos deja sin palabras. Lo que hoy prolifera es el boicot y la encerrona, la violencia y la mutilación de los vínculos, el enfrentamiento y la pérdida de contacto con la realidad concreta, el recogimiento consumista y cómodo, las descalificaciones y el desenfreno, a través de un círculo virtual que derrama odio y nos aísla del entorno en el que vivimos. Nos falta el sentarse a escuchar al otro, compartir vivencias mirándose a los ojos, porque la savia requiere encuentro, para poder participar experiencias y madurar. Si hoy ningún Estado nacional aislado está en condiciones de asegurar el bien común de su propia ciudadanía, tampoco ninguna persona por si misma puede realizar nada; es necesario preocuparse y ocuparse conjuntamente, reaccionar a tiempo y en comunidad, si en verdad queremos avanzar y corregir el rumbo. En consecuencia, requerimos en todas las latitudes del planeta, que se aminoren las tensiones, con una generosidad sin límites para poder avivar la respuesta humanitaria, consensuando posturas y reconciliando actitudes.